Es dura una época en la que las particularidades más absurdas que lamentablemente forman parte de nuestra identidad como mexicanos, se tornan exuberantes, grotescas, sangrientas. La transa, la corrupción, la impunidad, la violencia, tan celebradas y que tan orgullosos pudieran habernos tenido en algún tiempo, ahora han alcanzado las fibras profundas de nuestro miedo, y no es para menos. El Poder, esa fuerza que impulsa a los corazones humanos a emprender sus acciones más abominables, ejecuta ahora en nuestro país una danza macabra en la que todos corremos peligro. Se puede saber quién, cómo, dónde, cuánto; a qué célula, cártel, empresa, o dependencia del gobierno pertenece; se sabe también cómo la esquivan, cómo la libran, cómo, pese a todo, sigue la mata dando; se pueden saber todas las causas del mal, pero lamentablemente la infección ya es muy fuerte, y al parecer somos uno de esos enfermos que se niegan a cualquier tipo de tratamiento, simplemente sintiéndose muy machos.
Así, el Teatro, esa otra fuerza motora del corazón humano, viene a ser una ventana a un aire con posibilidades nuevas, un remedio para la ceguera que nos agobia. Y más cuando el artista emprende su obra impulsado primordialmente por esa impostergable necesidad de entender. No habrá límites para la imaginación de este artista, ni frustración ante la falta de apoyos y promociones oficiales -desinteresadas en la mayoría de los casos de indagar mucho en eso de nuestra identidad- aprovechará cualquier pequeño resquicio por el cual su voz pueda ser escuchada, y desde esa trinchera intentará transformarlo todo.
Hoy, en este pequeño resquicio, un clown, esa especie de anti-héroe solitario, triste a la vez que glorioso, se da a la tarea de enfrentarse, con el arma del humor, a las mitologías más oscuras de nuestro país, escarbando en sus personajes y sus obsesiones, sus caprichos, sus inacabables traiciones, descubriendo algunos de los hilos que se enmarañan en esta torcida Patria nuestra, tratando de encontrar a través de sus nudos el rumbo por el que ha de continuar su camino. Ojalá que la risa nos sacuda del letargo y que nos sirva este espejo para reflejarnos hacia atrás y ver un más claro mañana.

Miguel Ángel Canto

sábado, 13 de febrero de 2010

Patria Torcida. Por: Francisco Luna

Patria Torcida.
Por: Francisco Luna
“Al diablo la higiene y viva el arte”
W. Somerset Maugham

PATRIA QUE NACE TORCIDA, pieza teatral (¿monólogo?) de Paulo Sergio Galindo, Jorge Rodríguez y Darwin Enahudy, actuada/interpretada por el propio Galindo.
La obra trata de un payaso de plazuela que nos cuenta la historia patria que es la historia patria de cualquier país latinoamericano, al menos. Un payaso, un verdadero comediante, que se cree, se parece: es y nos hace creer (el destino de toda representación dramática) que es el generalísimo su Alteza Serenísima, Antonio López de Santa Ana que nos narra la trágica historia de ser mexicanos, no de ese MË-XI-CO, que igual es grito de guerra, coro de políticos en asamblea o de porros a la chiquitibum.
Al fin un dictador callejero (oh! Chaplin en su película sobre Hitler) cuyo nombre lo podemos obtener del directorio telefónico: obvio, con prólogo de Carlos Monsiváis.
Un payaso/dictador o un dictador/payaso que saca de su baúl, los secretos, trucos, personajes como bastón, vara de mando; máscara y caballitos retozones de trapeador. Urga en su valija y de sopetón la magia, las aparentes chácharas que carga como herramientas de trabajo, son elementos de escenográficos y co-protagonistas que cobran vida por el mismo clown, los que tejen el entramado histórico y el implotment, las costuras que unen y dan coherencia a la trama como momento escénico y praxis actoral: el bendito oficio de representar personajes y caracteres; emociones y pasiones comunes a todos, dónde el actor se asume y es espectador y éste, el verdadero protagonista de la ficción , de la farsa, en este caso, en la que convenimos estar en comunión por una hora y cuarto, máisomenus.
He aquí el quid de este espectáculo: El monólogo trasciende su condición etimológica y los personajes referidos se nos aparecen y actúan en la obra, los que hace que haya varios actores y varias voces que acompañan al monologuista y son varios, ya, en el escenario, creados bíblicamente, por sólo uno en persona: ¿Dónde el monólogo? Resulta, pues, que la historia nacional se resume en un monólogo (?), arte del arte escénico, que parte del complejo, por paradójico, siglo XIX, en los tiempo del antedicho Santa Ana y el conflicto geopolítico de México con USA, que dió como resultado el establecimiento de la frontera norte y la anexión de más de medio territorio del país bajo el celofán del Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848.
Posái tenemos al presidente político – militar – enredado y enredándonos en una historia donde la corrupción y la impunidad del poder empieza en la conquista de México en el siglo XVI por el adelantado Hernán Cortés.
Si el casco pretoriano con plumaje hacia enfrente era distintivo de las tropas españolas, la magia del staff de producción autodenominada, por el mal gusto, Honorable Cámara de Cacahuates, y el recurso actoral de girar el casco a 180 grados, ya el plumaje se va a contraviento y el personaje Cortés se nos convierte en Cuauhtemoc, “el águila que cae”, con todo y saludo de flechador, del futbolista mexicano, que hoy, paradoja en mano, milita en el CHICAGO FIRE.
La realidad llega solita. El discurso de lo real nos brinda la posibilidad de contarla en su dimensión científica, concreta, real por objetiva y representarla de modo artístico, imaginaria y divertida: ¡Depende del tropo la metáfora!
Como no estamos en un Simposio de Historia, sino en el teatro (a cualquier centímetro cuadrado hay que sacarle su provecho isabelino), el contenido histórico pasa a segundo plano y se privilegia la forma cómo se cuenta la historia, donde los hechos pasados pueden convivir, mezclarse con la vida presente. Este trastocamiento del tiempo histórico es lo que hace el Contenido de la Forma, su posibilidad artística en el cruce de lenguajes que crean uno en sí; es decir, el discurso historiográfico se vuelve, otra vez la paradoja, discurso literario, dramático, dado por las fórmulas retóricas del habla cotidiana y de los Mass Media: ¡Metel, Metel!
Bien por Paulo Sergio Galindo, que demuestra que el fenómeno de la globalidad, no es cosa de políticos y economistas, sino está en la contemporaneidad de hacer teatro en Hermosillo, Sonora, como si al mismo tiempo, lo hiciera en Barcelona, la Ciudad de México, Nueva York, Buenos Aires, entre otras ciudades aluzadas por la cultura universal contemporánea.
Si la paradoja es una constante en este trabajo, también lo es en el Reino de las Cabalgatas Vaqueras, montar en el fláccido jamelgo quijotesco del arte, como oficio socialmente productivo y nos salgamos de la caballada y montar el rocín de la creación y la libertad humana y expresiva.
En fin, una puesta en escena que pretende la farsa y nos resulta el verdadero drama de la patria, donde la ironía del texto y la brillante, esplendida actuación de Paulo S. Galindo y la genialidad de los recursos escenográficos, bien nos proponen de aquí pal real, un teatro que el público mexicano, de Sonora en este caso, merece por resistir a tanto teatro-bar y sólo emocionarnos anualmente con la muestra regional de teatro o gustar de la garantía profesional y ejemplar del teatro universitario, que por su carácter didáctico, nos enseña y forma nuestro juicio y gusto por los clásicos, de Eurípides a Rodolfo Usigli, entre otros dramaturgos del país, que sin ellos seria imposible entender la valiente apuesta de Paulo Galindo, que se nutre de ambas tendencias para crear un verdadero teatro popular-independiente-individual a pesar (¿o así las cosas de calidad, a favor de los apoyos, premios pueblerino-estatales o los estímulos cacique-conacultas?) para desarrollar y re-encausar la cultura teatral desde el proscenio hasta las butacas, que en el México del siglo XX y antes de la popularización de la cibercultura, era consustancial a la educación y a la diversión mexicanas.
Volver al libro, volver-volver al teatro, al cine y por qué no, a la televisión sería reinventar el México de los ciudadanos que ríen, bailan y gozan, a pesar de estar, como hoy estamos, amolados y con la cara triste y asombrada de tanta muerte, de tanta impunidad. Volver a hacer los gallos de la pasión: muy pelones pero muy cantadores. Volver a destorcer la patria.

No hay comentarios: